Nos tocó, "El tiempo de los idiotas!".


Vivimos buenos tiempos para los idiotas. Hay una larga lista de espacios mediáticos y sociales tomados por auténticos ignorantes que ejercen de gurús en materias comunes a todos. Lo hacen con soltura y les pagan por ello. Pero no hablamos de esos “idiotas” simples, sino de esos perfectos idiotas. Recuerdo haber leído en una oportunidad sobre Lo politikoí era antagónico de los intereses privados o personales (idiotikós). A los hombres que no se interesaban en lo público se les denominaba idiotes (ciudadanos privados), lo que al final terminó (de)generando el término “idiota” para referirse a un inculto.

Sería profiláctico denominar como idiotas a aquellos seres humanos que solo miran su ombligo y sus intereses, pero en realidad lo que pretendo es hacer apología de la política. Sé que es un ejercicio suicida en un momento histórico en el que la política está desprestigiada, prostituida, degradada como la más vil de las ocupaciones. Puede parecer inútil cuando se habla todo el tiempo de la necesidad de “despolitizar” los mensajes y los espacios. Pero, realmente, lo suicida es abandonar la política a una suerte controlada o en manos de mediocres que han ensuciado la palabra y han desvirtuado su ejercicio. "De esos abundan."

Desde el momento en que vivimos en sociedad, somos –o deberíamos ser– seres políticos. Uno de los fracasos de este sistema ha sido el querer convencernos de que la política no es cosa nuestra, sino de los que pertenecen y viven dentro de un partido político. Una sociedad política es aquella donde sus integrantes se preocupan por los asuntos comunes, por lo público. Ciudadanas y ciudadanos que participan de las decisiones que les atañen, que exigen y fiscalizan, que tienen propuestas y quieren ser escuchados. Hacer política es participar en el diseño de las obras publicas o en los presupuestos de nuestra ciudad; es ser activos como vecinos o en sociedades de padres y representantes de un centro educativo. Hacer política es manifestarse en la calle, es opinar en público, es participar de una huelga o denunciar ante la justicia los pequeños –o grandes– hechos de corrupción. Si no somos políticos no somos ciudadanos.

Por eso son tan peligrosos los discursos violentos. Ese discurso solo interesa a los fascistas o a los "Pedro Carreñistas" (disculpen este término, suena feo) y otros convencidos de que las personas solo somos útiles como parte de una masa, no como sujetos políticos activos de nuestro entorno. Por eso es tan arriesgado querer eliminar tantas cosas.

El filósofo Javier Gomá, cuando desarrolla su teoría de la ejemplaridad de lo público, se lamenta de que los “mejores ciudadanos” se aparten de la política y dejen el espacio para que esta sea tomada por seres mediocres. Cuando los mediocres, como ahora, además son idiotas –es decir, que buscan el interés privado– , estamos condenados al fracaso. En el tiempo de los idiotas es imprescindible retomar la política para dignificarla. Ese es el primer paso para superar una crisis que no es económica sino política (como todo).

Esta Opinión es el preámbulo al análisis de los resultados electorales de Abril de 2013 en Venezuela, busca colaborar un poco al entendimiento de lo que debió ser elemental y no a ese nerviosismo provocado por la violencia. Algunas veces dije, el problema es que van con muchos sentimientos bonitos a pecar de inocentes, enfrentando así sea por vía electoral a una pila de malandros con poder político y militar.

Nos vemos cuando tengamos los resultados de la Auditoria, somos seremos y estaremos, siempre dispuesto al mejor de los ejercicios democráticos.