LEGALIDAD Y LEGITIMIDAD (Resumido).

La distinción entre “legalidad “ y legitimidad” es una diferencia esencial en un Estado democrático de Derecho.La legalidad pertenece al orden del derecho positivo y sus normas contienen siempre fuerza de ley (es decir generan obligación jurídica). La legitimidad forma parte del orden de la política (discrecionalidad dentro de la legalidad) y de la ética pública (fundamentación cognitiva de las normas y de las decisiones).

Mientras que la legalidad genera obligación, la legitimidad genera responsabilidad (política o ética) y reconocimiento. La legalidad tiene una racionalidad normativa acotada y la legitimidad tiene una lógica deliberativa abierta.Cualquier intento de suprimir esta diferencia lesiona gravemente a la democracia y al Estado de Derecho. Sin la diferencia entre legalidad y legitimidad el sistema político se torna fatalmente totalitario. El mantenimiento de esta frontera es una de las tareas más precisas y delicadas de todo sistema político democrático.

La diferencia entre legalidad y legitimidad ha sido una cuestión fundamental de la teoría política y el derecho, desde los inicios del pensamiento humano. La ley es un conjunto de normas de conductas cuyo incumplimiento está sancionado por castigos. Tanto si la ley es una norma escrita como si es fruto de una tradición oral, se entiende que legalidad es todo aquello que ocurre dentro del marco legal dado como válido por el conjunto del cuerpo social. Un acto es legal cuando no incumple una norma; de este modo, cruzar el semáforo en verde, tirar la basura según la hora estipulada por la normativa municipal o no robar al vecino, son comportamientos legales en tanto que no incumplen ninguna ley.

Como vemos, es sencillo explicar lo que es legal, mucho más complejo es saber lo que es la legitimidad. En ocasiones entendemos que ciertos comportamientos son legales pero ilegítimos; por ejemplo, puede ser que criticar a los vecinos no sea un delito y, por tanto, no es un acto “ilegal”; sin embargo, entendemos que no es un acto legítimo hablar mal de alguien a sus espaldas. Vemos que la moral no está contenida por lo legal sino que más bien parece lo contrario; además, la cosa se complica cuando descubrimos que, en ocasiones, lo legal se opone a lo que sentimos como legítimo.

Nos tocó, "El tiempo de los idiotas!".


Vivimos buenos tiempos para los idiotas. Hay una larga lista de espacios mediáticos y sociales tomados por auténticos ignorantes que ejercen de gurús en materias comunes a todos. Lo hacen con soltura y les pagan por ello. Pero no hablamos de esos “idiotas” simples, sino de esos perfectos idiotas. Recuerdo haber leído en una oportunidad sobre Lo politikoí era antagónico de los intereses privados o personales (idiotikós). A los hombres que no se interesaban en lo público se les denominaba idiotes (ciudadanos privados), lo que al final terminó (de)generando el término “idiota” para referirse a un inculto.

Sería profiláctico denominar como idiotas a aquellos seres humanos que solo miran su ombligo y sus intereses, pero en realidad lo que pretendo es hacer apología de la política. Sé que es un ejercicio suicida en un momento histórico en el que la política está desprestigiada, prostituida, degradada como la más vil de las ocupaciones. Puede parecer inútil cuando se habla todo el tiempo de la necesidad de “despolitizar” los mensajes y los espacios. Pero, realmente, lo suicida es abandonar la política a una suerte controlada o en manos de mediocres que han ensuciado la palabra y han desvirtuado su ejercicio. "De esos abundan."

Desde el momento en que vivimos en sociedad, somos –o deberíamos ser– seres políticos. Uno de los fracasos de este sistema ha sido el querer convencernos de que la política no es cosa nuestra, sino de los que pertenecen y viven dentro de un partido político. Una sociedad política es aquella donde sus integrantes se preocupan por los asuntos comunes, por lo público. Ciudadanas y ciudadanos que participan de las decisiones que les atañen, que exigen y fiscalizan, que tienen propuestas y quieren ser escuchados. Hacer política es participar en el diseño de las obras publicas o en los presupuestos de nuestra ciudad; es ser activos como vecinos o en sociedades de padres y representantes de un centro educativo. Hacer política es manifestarse en la calle, es opinar en público, es participar de una huelga o denunciar ante la justicia los pequeños –o grandes– hechos de corrupción. Si no somos políticos no somos ciudadanos.

Por eso son tan peligrosos los discursos violentos. Ese discurso solo interesa a los fascistas o a los "Pedro Carreñistas" (disculpen este término, suena feo) y otros convencidos de que las personas solo somos útiles como parte de una masa, no como sujetos políticos activos de nuestro entorno. Por eso es tan arriesgado querer eliminar tantas cosas.

El filósofo Javier Gomá, cuando desarrolla su teoría de la ejemplaridad de lo público, se lamenta de que los “mejores ciudadanos” se aparten de la política y dejen el espacio para que esta sea tomada por seres mediocres. Cuando los mediocres, como ahora, además son idiotas –es decir, que buscan el interés privado– , estamos condenados al fracaso. En el tiempo de los idiotas es imprescindible retomar la política para dignificarla. Ese es el primer paso para superar una crisis que no es económica sino política (como todo).

Esta Opinión es el preámbulo al análisis de los resultados electorales de Abril de 2013 en Venezuela, busca colaborar un poco al entendimiento de lo que debió ser elemental y no a ese nerviosismo provocado por la violencia. Algunas veces dije, el problema es que van con muchos sentimientos bonitos a pecar de inocentes, enfrentando así sea por vía electoral a una pila de malandros con poder político y militar.

Nos vemos cuando tengamos los resultados de la Auditoria, somos seremos y estaremos, siempre dispuesto al mejor de los ejercicios democráticos.

Se busca un país.


Debo confesar que estoy agotado. El país se me ha vuelto un insomnio. No puedo iniciar estas líneas de otra manera. La primera persona del singular es el lugar donde comienza, para todos, el país que somos. El país ocurre primero en el desayuno que nos llevamos a la boca. En las noticias que te emboscan los buenos días. En el hueco que tu carro descubre camino al trabajo. Confieso que mi cédula de identidad me tiene exhausto. Venezuela se ha convertido en una experiencia límite. Pero más me perturbaría cultivar la indiferencia o, peor aún, aplaudir el desatino monumental que vamos siendo. Decía Marguerite Yourcenar que el verdadero lugar de nacimiento es aquel donde por primera vez nos miramos con una mirada inteligente.
Hoy los venezolanos tenemos un país extraño y drásticamente superior a nuestro asombro. La tranquilidad nos quitó el habla. Deambular entre los titulares es respirar tizne y desaliento. Hoy todos estamos salpicados por esa nación áspera que habla con estridencia y nos empuja, pendencieramente, el hombro. Somos una eterna cuenta regresiva. A cada quincena nos jugamos el destino. Necesitamos con urgencia una cierta dosis de aburrimiento. Pero más apremiante aun es conseguir el país que no termina de aparecer. Quizás es el rasgo más común que tienen entre sí un habitante de Chivacoa, El Supí, Manzanillo, Agua Salud o El Cafetal: todos buscamos esa esquiva palabra llamada bienestar. O elijamos otra, una instancia de arranque: sosiego. Que ocurra el sosiego.
En la red social Twitter no siempre triunfan los insultos. Alguien escribió en estos días: La esperanza también es un talento. Se me antoja que es una frase poderosa y certera. Para no claudicar uno debe emplearse a fondo.  Es la tarea, quizás la primera, de todos los que habitan este mapa proceloso: ejercer activamente nuestro talento para la esperanza.
En definitiva, andamos buscando un país donde la decencia se convierta en rutina. Donde mi diferencia sea el vínculo con la tuya. Donde sea moralmente inadmisible el escarnio. Aquí todos estamos agotados de tanto desencuentro, tanta agresión mutua, tanto reventarnos la madre en el idioma. La calle es un desafinado coro de rencor. Las amistades crujen a pedazos. Los gremios se fragmentan. Padecemos los síntomas de un virus llamado odio. Es imperativo conseguir la bisagra que nos regrese a una cordial topografía de múltiples registros. Por eso, en estos días feroces hay que ponerse el mapa encima. En estos días toca revisar lo que somos y lo que hemos dejado de ser.
¿Qué es hoy un escritor en Venezuela? ¿Por qué amenazan el trazo de un dibujante? ¿A quién asusta tanto el humor? ¿Cómo duerme un dramaturgo al que le han quitado la sede? ¿Cuántos insultos por minuto tolera un periodista? ¿Quién oye la voz de los pensadores?
Ezra Pound decía que los artistas son las antenas de la raza. Sabemos que la única doctrina de un artista es la libertad. Tiene la costumbre de volar varias veces al día. No sabe de genuflexiones. No ofrenda lisonjas al poder. Está diseñado estructuralmente para disentir, criticar, proponer. No busca fuegos fatuos. El artista es el moscardón de la realidad. La agitación y la irreverencia. El artista no quiere ser gobierno, prefiere ser conciencia y reclamo.
En estos días, cuando la crispación inunda los escritorios, las palabras, los dientes, las miradas, los confines del metro, el alumbrado público, la histeria y la historia, el artista no puede, no debe, no sabe quedarse callado. El artista dice basta, existo, incomodo, tres veces grito. Hace teatro y revuelve. Escribe un poema y golpea. Pinta un lienzo y convoca. Se cuelga una guitarra y abunda. El artista imagina, explora, denuncia, testimonia. El artista es el revés de la mordaza. Te advertimos, poder: No le exijas mansedumbre.
Yo estoy harto de recibir insultos telefónicos y amenazas de muerte al filo de la madrugada. No me cabe una ofensa más en el oído. No sé callarme la boca, no nací para plegarme al miedo, no quiero cambiar de código postal. Si digo “no estoy de acuerdo”, recibo a cambio una pedrada en mi vida personal. Si escribo “difiero”, dibujan una cruz en mi frente.
Venezuela se ha convertido en una melancólica pera de boxeo. Todos dicen venerarla, mientras la golpean sin pausa. Porque cuando excluyes al que no piensa como tú, estás golpeando al país. Cuando chillas amenazas, cuando exiges devoción acrítica, cuando vociferas un solo color, estás golpeando al país policrómatico que posee voz propia. No deseamos gobernantes cuya premisa sea pulverizar, agraviar, satanizar al contrario. El pueblo no son ocho millones de votantes, ni seis millones y medio. El pueblo no es solo aritmética electoral. A fin de cuentas, hoy vivimos en una comarca donde la muerte tiene más rating que la vida.
El arte, con todos sus rostros, tiene a Venezuela en la punta de sus angustias. Decía Unamuno que la cultura se conquista. Una tarea imperiosa ante un país que se nos rompió en las manos. La zanja que nos divide se hace cada vez mayor. Ya basta. Es suficiente. Paremos. La crisis moral nos ha estallado en la cara. Nos está quedando torcido el dibujo. Necesitamos resetear el país.
Y, que lo entienda de una buena vez el poder: nunca nos quedaremos callados cuando las cosas marchen mal. Así mañana el poder se llame Henrique Capriles Radonski.
Solo aspiramos pluralidad, bienestar, conciliación. Ese es el punto crucial. Se busca un país que nos contenga a todos. Que sea norte y futuro, no fractura y violencia. Un país que tenga 28 millones de abonados para el mismo juego. Una patria cuya mejor ideología sea la mano extendida. Se busca un país. Múltiple y unido. Un caleidoscopio de un solo nombre. El detalle es que solo entre todos podemos conseguirlo. La indolencia, señores, ha llegado a su fecha de vencimiento.

Leonardo Padrón, Acto de los artistas con Capriles!

Se deja de querer...



Se deja de querer...

y no se sabe por qué se deja de querer;

es como abrir la mano y encontrarla vacía

y no saber de pronto qué cosa se nos fue.



Se deja de querer...

y es como un río cuya corriente fresca ya no calma la sed,

como andar en otoño sobre las hojas secas

y  pisar la hoja verde que no debió caer.



Se deja de querer...

Y es como el ciego que aún dice adiós llorando

después que pasó el tren,

o como quien despierta recordando un camino

pero ya sólo sabe que regresó por él.

Se deja de querer...

como quien deja de andar una calle sin razón, sin saber,

y es hallar un diamante brillando en el rocío

y que ya al recogerlo se evapore también.



Se deja de querer...

y es como un viaje detenido en las sombras

sin seguir ni volver,

y es cortar una rosa para adornar la mesa

y que el viento deshoje la rosa en el mantel.


Se deja de querer...

y es como un niño que ve cómo naufragan sus barcos de papel,

o escribir en la arena la fecha de mañana

y que el mar se la lleve con el nombre de ayer.



Se deja de querer...

y es como un libro que aún abierto hoja a hoja quedó a medio leer,

y es como la sortija que se quitó del dedo

y solo así supimos... que se marcó en la piel.



Se deja de querer...

y no se sabe por qué se deja de querer.


José Ángel Buesa

"El pajarito" NO es una estrategia inocente.


Nicolás Maduro acude a la comunicación metafísica en su discurso.
Para bien o para mal, el candidato presidencial del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) ha estado en la opinión de todos los venezolanos por su anécdota del pájaro que se asemeja a Hugo Chávez. Esta retórica discursiva no es en absoluto una estrategia inocente, pues tiene implicaciones claras y directas en el duelo de la población.
Roberto De Vríes, psiquiatra, explica que el relato de Maduro está apelando al paradigma metafísico en la población, el cual está ligado a la comunicación emocional que tenía el fallecido presidente Chávez con la gente.
El mensaje claro que el mandatario encargado quiso enviar a los adeptos es que Chávez vive entre ellos. Es un discurso de esperanza que busca incidir directamente en los que aun siente pena por la muerte de Chávez.
Ante la interrogante sobre las repercusiones positivas de persuasión en la población chavista, De Vríes precisó que aunque desconoce si influye de manera efectiva, es claro que esto podría no gustarle a la memoria del Jefe de Estado fallecido. “Chávez se veía como un águila, no como un pajarito”, dijo el especialista en referencia a aquel refrán que el Primer Mandatario le dijo a María Corina Machado durante la entrega de su memoria y cuenta: “diputada, águila no caza mosca”.


Odell López

Jonathan Lugo  04/04/2013

Mientras tanto reímos imaginando como fue el asunto!