La falta de memoria en los eventos políticos recientes se asemeja a una niebla que borra el camino recorrido, dejándonos perdidos y condenados a repetir los mismos errores. Esta amnesia colectiva les impide aprender de las lecciones del pasado, permitiendo que las mismas figuras y estructuras que les han fallado resurjan como si fueran nuevas soluciones. Es como si el país entero sufriera de un Alzheimer político, donde los recuerdos de corrupción, promesas incumplidas y malos manejos desaparecen, dejando espacio para una esperanza ciega y renovada en aquellos que les han defraudado antes.
Por otro lado, la incapacidad de conjugar el verbo dudar es un mal que aqueja profundamente. Dudar es el primer paso hacia el cuestionamiento, el motor de la crítica constructiva y la base de cualquier cambio significativo. Sin embargo, pareciera que han olvidado cómo hacerlo, conformándose con aceptar las verdades a medias y las narrativas convenientes que se presentan. La certeza inquebrantable se ha convertido en la prisión, impidiendo la reflexión y el debate necesarios para avanzar. Sin duda, sin cuestionamiento, la posibilidad de una verdadera transformación se desvanece.
Es vital, entonces, que se haga la reflexión sobre estas dos carencias si se piensa evitar seguir hundiéndose en el fracaso. Recuperar nuestra memoria colectiva y aprender a dudar son actos de resistencia y esperanza. Recordar es un acto de justicia para con nosotros mismos y las generaciones futuras, y dudar es un ejercicio de libertad y poder. Solo así se podrá construir un camino que nos saque del estancamiento, transformando el olvido y la conformidad en herramientas de cambio y progreso.